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LOS VALORES DE LA RESERVA

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Todos sabemos que cuando sucede una tragedia inmediatamente saltan los que se quieren aprovechar de ella para darse la razón, jalearse mutuamente y aportar un granito de arena a su programa. Un ataque terrorista como el de Barcelona, que no es el primero ni será el último, merece sin duda ser analizado en sus causas y objetivos, pero hay que soportar que ex ministros, párrocos y otros seres indefinidos, pero no precisamente santos, salgan a la palestra a simplificar burdamente el problema y echar las culpas a quien no las tiene.

Coinciden sus toscos pronunciamientos con los de los obispos católicos australianos, en un momento en que se avanza mal que bien hacia el matrimonio igualitario en nuestros antípodas y resurgen los viejos y manidos tópicos utilizados en contra.

Se trata de descalificar el progreso social, la extensión de derechos  y la diversidad en general, siempre tabú para los inmovilistas, presentando una imagen negativa de las sociedades libres y adoptando una visión “moralista” de la historia, que simplifica hechos complejos y los sustituye con explicaciones facilonas del estilo “el Imperio Romano decayó por la degeneración de las costumbres”. Deducción que ataca lo que dice defender, puesto que en teoría la moral romana había mejorado mucho desde que el Imperio se hizo cristianísimo a partir del siglo IV.

Las dictaduras del siglo XX en Alemania, Italia y España hicieron mucho énfasis en una “regeneración moral” para defender valores supuestamente eternos, que no les impidió cometer crímenes horribles y excusar una considerable corrupción dentro de sí mismas. Diferentes traducciones de la “reserva espiritual de occidente”, versión española, se vendieron en la Francia de Vichy (Travail, Famille, Patrie) y en otros muchos lugares para amparar y fomentar el conservadurismo social más estrecho, que incluía sexismo, clasismo, racismo, antisemitismo y machismo, y no incluyo la homofobia en la lista porque se deriva de lo anterior y a aquellos señores ni les hubiera entrado en la cabeza el concepto.

Es relativamente fácil atacar una sociedad libre y al amparo de la libertad es también fácil criticarla y denostarla como débil, enferma o degenerada, pero el ideal que se esgrime es siempre tramposo, falso y estereotipado, porque la sociedad de hace cincuenta años era más injusta, más desigual, menos libre y muchísimo más hipócrita. Es sencillo y siempre interesado presentar una postal coloreada a gusto del que la blande, para concluir que el feminismo y los  derechos LGTBI, entre otras cosas, han “debilitado” Europa, y que ésta es una de las causas de los ataques de los yihadistas, sin citar la desunión política, los problemas económicos, los militares y un largo etcétera.

La libertad siempre molesta a los fanáticos, pero es paradójicamente una de las fortalezas de las sociedades avanzadas; basta observar el número de los que querrían vivir en Europa o en los Estados Unidos, incluso con Trump, y los contados individuos que desearían emigrar a Arabia Saudita o a Cuba, por poner dos ejemplos.

Las sociedades no son más débiles por dar mayores derechos a los que las componen, al revés de lo que les gustaría a los autoritarios se hacen infinitamente más humanas y mucho más atractivas.  

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